miércoles, 3 de noviembre de 2010

Enfermedades del perro: Leishmaniasis


Hoy voy a hablaros un poco de la leishmaniasis, una de las zoonosis más extendidas en nuestro país. 

La leishmaniasis es una enfermedad producida por un protozoo parasitario y que se transmite a través de la picadura de un mosquito llamado phlebotomus. Sus víctimas favoritas son los perros y rohedores, pero también pueden atacar a los humanos (de ahí que hablemos de zoonosis: enfermedad que se puede transmitir de animal a persona). Su variante más habitual es la cutánea, aunque también suele afectar a las vísceras.


Los primeros síntomas visibles suelen ser uñas anormalmente largas, hiperqueratosis, úlceras, descamación, nódulos intradérmicos... que se presentarán con más frecuencia en orejas, hocico y almohadillas de los pies. Sin embargo, también hay otros síntomas menos evidentes que nos darán pistas sobre los órganos internos afectados: Pérdida de peso, aumento del apetito (sin aumento o con reducción de peso), aumento de orina y sed, atrofia muscular, ganglios inflamados, sangrado por la nariz, transtornos digestivos, insuficiencia hepática... 

La mala noticia es que no tiene cura y no existe ninguna vacuna para prevenirla. La buena es que podemos reducir el riesgo de contagio de nuestra mascota tomando algunas medidas de prevención. 

Dado que no podemos incidir sobre el protozoo que provoca la enfermeddad, tendremos que actuar sobre el mosquito que la transmite. 

El phlebotomus, o mosca de la arena, habita en zonas mediterráneas y tropicales y las hembras son las únicas que pican a los mamíferos, por la necesitadad que tienen de proteínas para la producción de huevos. Tienen hábitos nocturnos, por lo que la picadura tiene más probabilidades de producirse entre el atardecer y el amanecer que a lo largo del día. Además, prefieren los lugares húmedos y oscuros, si le sumameos una higiene deficiente, mejor que mejor. Su proliferación es mayor desde la primavera hasta el otoño.


La enfermedad se transmite porque el mosquito pica a un animal infectado, se infecta (aunque a él no le afecta) y, al picar a un animal sano, le transmite el protozoo.

Un lugar húmedo, oscuro y de fácil acceso para el mosquito puede ser la caseta de nuestro perro. Por ello, deberemos intentar mantenerla siempre limpia y utilizar algún tipo de producto repelente de mosquitos dentro de ella para que nuestra mascota no esté más expuesta de lo necesario. Además, si podemos, es mejor que el perro permanezca dentro de casa durante las horas de más riesgo y que, para su seguridad y la nuestra, utilicemos mosquiteras en las ventanas y productos repelentes de mosquitos. 

A parte del entorno, podemos utilizar productos repelentes específicos que se aplican directamente sobre el animal. Los más frecuentes son los collares, que también suelen prevenir picaduras de otros parásitos, como garrapatas y pulgas. No obstante, no todos los collares tienen el principio activo que repele a estos mosquitos, por ello habrá que asegurarse antes de comprarlos.

Los pulverizadores y ampoyas también pueden ser de gran ayuda, especialmente si vivimos en una zona de riesgo. Aunque, de nuevo, habrá que cerciorarse de que contengan el repelente específico para el mosquito.

Pero, ¿qué pasa si nuestra mascota se ha contagiado? 

El periodo de incubación es variable, entre 1 mes y 7 años, lo que implica que nuestro perro puede ser un reservorio de estos protozoos durante años sin que siquiera lo sospechemos. Por eso, muchos veterinarios recomiendan realizar un análisis de sangre una vez al año, al terminar el otoño o comenzar el invierno, para averiguar si nuestra mascota se ha contagiado a lo largo del periodo de más riesgo. Si no, serán los síntomas de la enfermedad los que lleven al veterinario a recomendar el análisis para realizar el diagnóstico.


El problema que surge cuando detectamos que nuestro perro es portador se divide en los siguientes aspectos: 

- La enfermedad no es curable y es mortal, aunque existen tratamientos de mantenimiento. 
- La enfermedad es contagiosa a otros animales a través de la picadura. 
- La enfermedad es contagiosa a las personas a través de la picadura.

En el momento en que el protozoo ataque los órganos internos de nuestra mascota, su calidad de vida se irá reduciendo, hasta que le sobrevenga la muerte, o nosotros decidamos "dormirlo". Existen tratamientos que sirven para ralentizar la enfermedad, que deberán ser administrados durante el resto de la vida del animal y que, cuanto más precoz sea el diagnóstico, más tiempo y calidad de vida ofrecerán a nuestra mascota. De ahí que muchos veterinarios se muestren partidarios de un análisis anual para el diagnóstico precoz de la enfermedad. 


Sin embargo, muchas veces nos encontraremos con que, ante el diagnóstico, se nos plantee la opción de "dormir" al animal directamente. Que se nos ofrezca o no dependerá de los planteamientos personales de nuestro veterinario, pero creo que es importante considerarlo, en referencia a los dos últimos puntos que planteo. En algunos países con alto riesgo de contagio, el sacrificio del animal es obligatorio por ley para evitar la proliferación de la enfermedad.

El perro por sí mismo no puede contagiar ni a otros animales, ni a otras personas. Éste es el argumento utilizado para rechazar la muerte del animal como una opción. 

Sin embargo, es un foco de enfermedad y, por tanto, como tal tendremos que tratarlo. 

Si decidimos no sacrificarlo, deberemos tomar todas las medidas preventivas posibles para evitar que otro mosquito le pique, así como que pique a otros animales y personas del entorno. Es importante valorar que las personas con sistemas inmunitarios deprimidos (bebés, niños pequeños, ancianos, personas en tratamiento de quimioterapia o radioterapia, transplantados, enfermos de sida, enfermos de hepatitis...) pueden presentar graves complicaciones en caso de contagiarse, por lo que deberemos extremar las medidas de seguridad si el animal vive cerca de este tipo de personas (no sólo en la misma casa, sino en el mismo bloque, la misma urbanización...). Como propietarios del animal, la responsabilidad de que la enfermedad no se extienda a otros perros y personas es exclusivamente nuestra, por lo que debemos ser extremadamente meticulosos a este respecto.


Las razones para sacrificarlo suelen estar relacionadas con eliminar el foco de enfermedad que el perro representa. Puede tener sentido si es un perro de jauría, que comparta nicho con otros ejemplares que hayan demostrado estar sanos; si vive en una zona en la que haya muchos perros y no estamos dispuestos a tomar las medidas necesarias para que no se contagien; si existen personas con características de alto riesgo en el entorno inmediato del perro: Bebés, niños pequeños, ancianos, personas en tratamiento de quimioterapia o radioterapia, transplantados, enfermos de sida, enfermos de hepatitis...  Aunque, reubicarlo en un lugar en el que no suponga un riesgo inmediato para nadie puede ser una alternativa con la que nos sintamos más cómodos.

También depende de qué medidas hubiéramos tomado para prevenir la infección. Si no hicimos nada, no podemos sorprendernos del contagio y quizá podamos prevenir futuros contagios con un sistema de prevención bien diseñado. Si tomamos todas las medidas y se contagió, deberíamos plantearnos que podrían volver a fallar, siendo esta vez nuestros otros perros, el perro de la vecina, los abuelos, hijos o vecinos los afectados.

La Organización Mundial de la Salud calcula que hay unos 12 millones de personas afectadas por la enfermedad en 88 países, con 2 millones de nuevos casos diagnosticados al año. Generalmente, se trata de comunidades pobres, que viven en condiciones insalubres y no tienen acceso a medicamentos adecuados; lo que implica que algunas de ellas llegan a morir por falta de atención médica o, incluso, por ausencia de diagnóstico.


En nuestro país, se detectan unos 700 casos al año en seres humanos, y siempre asociados a grupos de riesgo.

Cada uno tendrá que valorar lo que hace con su perro. No obstante, seamos responsables, porque estamos hablando de un problema de salud pública. Lo primero, prevenir. Lo segundo, prevenir. Y, si falla, actuar con responsabilidad, sea en la dirección que sea.