viernes, 29 de junio de 2012

El Rey de todos los regalos

Querido Póker:

Te escribo esta carta como despedida. Es absurdo pensar que "ya no podrás leerla", porque, aunque siempre fuiste un perro muy listo, nunca aprendiste a leer.

En cualquier caso, esta carta te la escribo a ti, pero, en realidad, todos sabemos que es para mí.

Hoy no ha sido un gran día. Ha sido un día muy duro. No ha sido el día más duro de mi vida, ni siquiera el de esta semana; pero claro... ¡qué semanita!

El día 6 de enero del año 1999, una bola rubia empezó a ladrar dentro de una caja en nuestro salón. Era un regalo compartido, para mi padre y para mí. La culminación de 12 años queriendo que la Mañana de Reyes trajera un nuevo miembro peludo a la familia.

Nunca fuiste perro de un solo amo. Buscabas a todos los miembros de la familia, visitas, extraños... Mientras te hicieran caso, todo esta bien, ¡y no hablemos ya si una golosina se dejaba caer de sus manos!

Recuerdo mil anécdotas e historias en estos 13 años y medio que hemos estado juntos; desde el día que robaste el sándwich de atún a un niño en la puerta del colegio (qué palo...), hasta el día en que aquel cruce de dogo argentino con pitbull te pegó un viaje, pasando por miles de momentos: Paseos, caricias, cepillados, comidas, salidas excepcionales...

Hubo días muy duros, como cuando te diagnosticaron la displaxia de cadera; y otros muy felices. Sería difícil contar cuántos de éstos últimos.

Fuiste el mejor amigo, que daba todo sin exigir nada a cambio. Sabías cuándo estaba contenta o triste, también cuándo estaba más exigente y cuándo podías salirte con la tuya. Como ya he dicho, eras un perro muy listo.

El veterinario te bautizó "San Póker", porque eras más bueno que el pan. La primera vez que te llevamos a su consulta, se atrevió a darte puntos en la boca sin anestesia, y demostraste que eras un valiente. De hecho, incluso el vecino al que le daban miedo los perros insistía en que no le importaba que subiéramos con él en el ascensor (aunque nunca lo hicimos, por supuesto).

Nunca hiciste un mal gesto a nadie. Te dejabas acariciar por cualquiera, aunque no te acercabas a nadie porque sí. En general, te mantenías alejado de los extraños, como se te había enseñado.

Tampoco diste mucha guerra con otros perros, aunque tus días de "macarrilla pandillero" existieron. Sin embargo, sólo hubo un perro con el que podemos decir que no te llevabas bien, y era porque él te tenía miedo.

Ha sido muy triste decirte adiós. El momento más duro de nuestra relación, aunque, como decía Papá, sabíamos que llegaría desde el día en que entraste en nuestras vidas.

Agradezco poder haber estado a tu lado en este momento, como tú estuviste al mío en tantos otros. Es duro sentir como tu perro deja de respirar en tus brazos, pero es aún más duro pensar que pudiera haber sido de cualquier otra manera.

Te has ido tranquilo, relajado, en paz. Cuando te has marchado, he sentido cierta serenidad, la certeza de que aquel cadáver que había sobre la mesa no eras tú. Ya no. No había nada mío en aquella habitación. Todo lo que había entrado conmigo, conmigo se marchaba, porque siempre estarás en mi pensamiento y en mi corazón. "Mi perro". 

Hubiera podido tener un perro distinto, pero no uno mejor.

13 años y medio que sólo puedo resumir en una palabra: GRACIAS.

Un beso, un abrazo, una caricia, un paseo y una galleta:

Tu amita