domingo, 14 de octubre de 2012

Adiós, gatita

eHace 13 años, mis padres salieron a dar un paseo. Nadie pensó que pudiera tener más impacto en nuestras vidas que una cena tardía, pero, cuando llegaron mis padres, resultó que la cena se iba a retrasar aún más.

Un gatito al que mi padre había hecho caso les había seguido hasta el portal y le bajamos algo de comida. La olisqueó, pero no la probó. En realidad, quería mimos y atención, porque otra gente a la que había seguido ya la había alimentado.

Era de color blanco y negro y demasiado confiada para haber, ya no nacido, sino pasado tiempo en la calle. Tenía que ser de alguien. O se había perdido o la habían abandonado.

Eran las tantas y, con cierta complicidad paterna, persuadí a mis progenitores para subirla a casa y llevarla al día siguiente al veterinario para comprobar el chip.

No tenía chip, era gata y contaba unos 7 meses.

Contacté con todos los veterinario del pueblo, pero la única persona que buscaba un animal similar había perdido un macho. Incluso vino a mi casa, por si acaso, pero no era el suyo.

Así entró Katty en nuestras vidas.

Era muy mimosa cuando quería y muy borde cuando no estaba de humor. Sus dominios eran toda la casa y su trono la cama de mis padres. Era dueña y señora de su vida y, con 2,5 kg, tenía contra las cuerdas a un perro de 30. Durante 3 años, se tomó vacaciones en agosto, y sólo el último volvió embarazada de dos preciosos gatitos. Después la esterilizamos y no quiso volver a saber nada de la calle.

Hace dos años y medio, un gato enorme y macarrilla entró en su vida y tardaron en llevarse, pero llegaron a un pacto de convivencia aceptable tras las primeras tensiones.

El perro se marchó en junio. Ella se marchó ayer. El macarra aún da guerra, y esperemos que dure.

Llevaba un par de semanas oyendo a mi madre quejarse. Decía que comía mal, que estaba adelgazando, que siempre tenía el pelo erizado.

Yo le decía que podía ser la edad, pero que una visita al veterinario me parecía procedente.

El viernes la vi y me dio mala espina. Estaba en los huesos y no es que tuviera el pelo erizado, es que lo tenía "asqueroso". No sucio, pero desagradable, sin fuerza, sin brillo.

Le dije a mi madre que no se preocupara, pero que yo la llevaría al veterinario cuanto antes "para descartar cosas y quedarme tranquila".

Pero no descartaron cosas y no nos tranquilizaron.

Tran unos análisis y una ecografía, no había dudas sobre el fallo hepático y el leve fallo renal. Había sólo dos opciones: Una esófagotomía (o algo así, básicamente hacerle una incisión en el cuello y alimentarla a través de un tubo) y tenerla ingresada entre 10 días y 6 semanas, sin garantía de que no acabáramos terminando en la opción dos de todas formas; o aceptar que era el fin.

Ayer eutanasiaron a mi gata, porque no creemos que tenga sentido hacer sufrir a un animal de esa manera. La queríamos y la otra opción nos parecía absurda desde todos los puntos de vista.

Ayer se fue otra amiga, y van dos muy seguidos, ¿no os parece? Yo creo que demasiado. Igual se echaban de menos. ¿Quién sabe?

Pasamos muchas horas juntas, momentos buenos y malos, vimos crecer y marchar a sus hijos, compartimos piso, familia, amigos...

Pero eso se acabó.

No pude despedirme. No pude estar allí. Ni siquiera me avisaron. Lo hicieron por bien, pero yo lo hubiera preferido de otra manera.

Ahora ya da igual.

Katty se ha marchado. Ahora estará con Pócker, poniéndolo a ralla y haciéndose dueña y señora del lugar.

Preciosa, te echamos de menos.

viernes, 29 de junio de 2012

El Rey de todos los regalos

Querido Póker:

Te escribo esta carta como despedida. Es absurdo pensar que "ya no podrás leerla", porque, aunque siempre fuiste un perro muy listo, nunca aprendiste a leer.

En cualquier caso, esta carta te la escribo a ti, pero, en realidad, todos sabemos que es para mí.

Hoy no ha sido un gran día. Ha sido un día muy duro. No ha sido el día más duro de mi vida, ni siquiera el de esta semana; pero claro... ¡qué semanita!

El día 6 de enero del año 1999, una bola rubia empezó a ladrar dentro de una caja en nuestro salón. Era un regalo compartido, para mi padre y para mí. La culminación de 12 años queriendo que la Mañana de Reyes trajera un nuevo miembro peludo a la familia.

Nunca fuiste perro de un solo amo. Buscabas a todos los miembros de la familia, visitas, extraños... Mientras te hicieran caso, todo esta bien, ¡y no hablemos ya si una golosina se dejaba caer de sus manos!

Recuerdo mil anécdotas e historias en estos 13 años y medio que hemos estado juntos; desde el día que robaste el sándwich de atún a un niño en la puerta del colegio (qué palo...), hasta el día en que aquel cruce de dogo argentino con pitbull te pegó un viaje, pasando por miles de momentos: Paseos, caricias, cepillados, comidas, salidas excepcionales...

Hubo días muy duros, como cuando te diagnosticaron la displaxia de cadera; y otros muy felices. Sería difícil contar cuántos de éstos últimos.

Fuiste el mejor amigo, que daba todo sin exigir nada a cambio. Sabías cuándo estaba contenta o triste, también cuándo estaba más exigente y cuándo podías salirte con la tuya. Como ya he dicho, eras un perro muy listo.

El veterinario te bautizó "San Póker", porque eras más bueno que el pan. La primera vez que te llevamos a su consulta, se atrevió a darte puntos en la boca sin anestesia, y demostraste que eras un valiente. De hecho, incluso el vecino al que le daban miedo los perros insistía en que no le importaba que subiéramos con él en el ascensor (aunque nunca lo hicimos, por supuesto).

Nunca hiciste un mal gesto a nadie. Te dejabas acariciar por cualquiera, aunque no te acercabas a nadie porque sí. En general, te mantenías alejado de los extraños, como se te había enseñado.

Tampoco diste mucha guerra con otros perros, aunque tus días de "macarrilla pandillero" existieron. Sin embargo, sólo hubo un perro con el que podemos decir que no te llevabas bien, y era porque él te tenía miedo.

Ha sido muy triste decirte adiós. El momento más duro de nuestra relación, aunque, como decía Papá, sabíamos que llegaría desde el día en que entraste en nuestras vidas.

Agradezco poder haber estado a tu lado en este momento, como tú estuviste al mío en tantos otros. Es duro sentir como tu perro deja de respirar en tus brazos, pero es aún más duro pensar que pudiera haber sido de cualquier otra manera.

Te has ido tranquilo, relajado, en paz. Cuando te has marchado, he sentido cierta serenidad, la certeza de que aquel cadáver que había sobre la mesa no eras tú. Ya no. No había nada mío en aquella habitación. Todo lo que había entrado conmigo, conmigo se marchaba, porque siempre estarás en mi pensamiento y en mi corazón. "Mi perro". 

Hubiera podido tener un perro distinto, pero no uno mejor.

13 años y medio que sólo puedo resumir en una palabra: GRACIAS.

Un beso, un abrazo, una caricia, un paseo y una galleta:

Tu amita