eHace 13 años, mis padres salieron a dar un paseo. Nadie pensó que pudiera tener más impacto en nuestras vidas que una cena tardía, pero, cuando llegaron mis padres, resultó que la cena se iba a retrasar aún más.
Un gatito al que mi padre había hecho caso les había seguido hasta el portal y le bajamos algo de comida. La olisqueó, pero no la probó. En realidad, quería mimos y atención, porque otra gente a la que había seguido ya la había alimentado.
Era de color blanco y negro y demasiado confiada para haber, ya no nacido, sino pasado tiempo en la calle. Tenía que ser de alguien. O se había perdido o la habían abandonado.
Eran las tantas y, con cierta complicidad paterna, persuadí a mis progenitores para subirla a casa y llevarla al día siguiente al veterinario para comprobar el chip.
No tenía chip, era gata y contaba unos 7 meses.
Contacté con todos los veterinario del pueblo, pero la única persona que buscaba un animal similar había perdido un macho. Incluso vino a mi casa, por si acaso, pero no era el suyo.
Así entró Katty en nuestras vidas.
Era muy mimosa cuando quería y muy borde cuando no estaba de humor. Sus dominios eran toda la casa y su trono la cama de mis padres. Era dueña y señora de su vida y, con 2,5 kg, tenía contra las cuerdas a un perro de 30. Durante 3 años, se tomó vacaciones en agosto, y sólo el último volvió embarazada de dos preciosos gatitos. Después la esterilizamos y no quiso volver a saber nada de la calle.
Hace dos años y medio, un gato enorme y macarrilla entró en su vida y tardaron en llevarse, pero llegaron a un pacto de convivencia aceptable tras las primeras tensiones.
El perro se marchó en junio. Ella se marchó ayer. El macarra aún da guerra, y esperemos que dure.
Llevaba un par de semanas oyendo a mi madre quejarse. Decía que comía mal, que estaba adelgazando, que siempre tenía el pelo erizado.
Yo le decía que podía ser la edad, pero que una visita al veterinario me parecía procedente.
El viernes la vi y me dio mala espina. Estaba en los huesos y no es que tuviera el pelo erizado, es que lo tenía "asqueroso". No sucio, pero desagradable, sin fuerza, sin brillo.
Le dije a mi madre que no se preocupara, pero que yo la llevaría al veterinario cuanto antes "para descartar cosas y quedarme tranquila".
Pero no descartaron cosas y no nos tranquilizaron.
Tran unos análisis y una ecografía, no había dudas sobre el fallo hepático y el leve fallo renal. Había sólo dos opciones: Una esófagotomía (o algo así, básicamente hacerle una incisión en el cuello y alimentarla a través de un tubo) y tenerla ingresada entre 10 días y 6 semanas, sin garantía de que no acabáramos terminando en la opción dos de todas formas; o aceptar que era el fin.
Ayer eutanasiaron a mi gata, porque no creemos que tenga sentido hacer sufrir a un animal de esa manera. La queríamos y la otra opción nos parecía absurda desde todos los puntos de vista.
Ayer se fue otra amiga, y van dos muy seguidos, ¿no os parece? Yo creo que demasiado. Igual se echaban de menos. ¿Quién sabe?
Pasamos muchas horas juntas, momentos buenos y malos, vimos crecer y marchar a sus hijos, compartimos piso, familia, amigos...
Pero eso se acabó.
No pude despedirme. No pude estar allí. Ni siquiera me avisaron. Lo hicieron por bien, pero yo lo hubiera preferido de otra manera.
Ahora ya da igual.
Katty se ha marchado. Ahora estará con Pócker, poniéndolo a ralla y haciéndose dueña y señora del lugar.
Preciosa, te echamos de menos.